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Carta al Editor

Capacidad negativa de Keats en la medicina

Pablo Young

Revista Fronteras en Medicina 2017;(2): 0067-0071 | DOI: 10.31954/RFEM/20172/0067-0071


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Los autores declaran no poseer conflictos de intereses.

Fuente de información Hospital Británico de Buenos Aires. Para solicitudes de reimpresión a Revista Fronteras en Medicina hacer click aquí.

Recibido 2017-03-23 | Aceptado 2017-04-12 | Publicado 2017-06-30


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Figura 1. John Keats.

Figura 2. Edmund Spenser.

Figura 3. Leigh Hunt.

Figura 4. Percy Bysshe Shelley.

Figura 5. George Gordon Byron.

Figura 6. Endymion.

Figura 7. Joseph Severn.

Figura 8. John Keats pintado por Joseph Severn.

Figura 9. Lápida y epitafio de John Keats.

John Keats (Figura 1) nació en Finsbury Pavement, en las afueras de Londres, el 31 de octubre de 1795 y falleció en la ciudad de Roma el 23 de febrero de 1821. Fue uno de los principales poetas británicos del Romanticismo.

Durante su corta vida, su obra fue objeto de constantes ataques y no fue sino hasta mucho después que fue completamente reivindicada. La lírica de Keats se caracteriza por un lenguaje exuberante e imaginativo, atemperado por la melancolía. Tuvo con frecuencia la sensación de trabajar a la sombra de los grandes poetas del pasado y solo hacia el final de su efímera vida, cuando sentía cerca la oscuridad de la muerte, fue capaz de producir sus poemas más auténticos y memorables1-3.

Su padre era propietario de una caballeriza y murió de la caída de un caballo en 1803, cuando él tenía sólo siete años. Su madre volvió a casarse, pero este segundo matrimonio fue infeliz y la madre no tardó en abandonar a su marido y trasladarse a vivir en casa de la abuela de Keats, en Enfield, con John, su hermana y otros tres hermanos, de los cuales uno falleció en esos tiempos. Allí el poeta fue a una buena escuela y antes de los quince años ya estaba empapado de clásicos y traducía a Virgilio; sin embargo, su madre murió en 1810 de tuberculosis, dejándoles a él y a sus hermanos al cuidado de su abuela1.

Esta nombró dos tutores que pudieran cuidar a los huérfanos; estos sacaron a Keats de su antigua escuela y lo convirtieron en aprendiz de cirujano hasta 1814, cuando, tras una pelea con su maestro, abandonó ese puesto y se fue a estudiar a otro hospital de la zona. Durante aquel año dedicó cada vez más y más tiempo al estudio de la literatura y, aunque se graduó en Farmacia, sólo ejerció dos años, tras los cuales se entregó por completo a la poesía1,4.

La lectura de la obra de Edmund Spenser (1553-1599) (Figura 2), concretamente La Reina de las Hadas, supuso para Keats un punto de inflexión en su desarrollo literario e inspiró la creación de su primer poema: A imitación de Spenser. Enseguida conoció al poeta y editor Leigh Hunt (1784-1859) (Figura 3), embarcado en la defensa del Romanticismo; trabó amistad con él y este lo introdujo en el selecto círculo de los más destacados poetas de su época, como Percy Bysshe Shelley (1792-1822) (Figura 4) y Lord Byron (1788-1824) (Figura 5), con los cuales estuvo en contacto. Hunt publicó su A imitación de Spenser en 1816 en su periódico Examiner, así como sus primeros sonetos, Oh, soledad si pudiera morar contigo y Al examinar por primera vez la traducción de Homero por Chapman, inspirado en la lectura de la Ilíada y la Odisea traducidas por George Chapman en el siglo XVII. Un año después, publicó su primer poemario titulado simplemente Poemas (1817). Esta primera colección no tuvo buena repercusión, sobre todo por su relación con el controvertido editor, quien era además un crítico literario muy agrio y se había ganado enemigos poderosos entre los poetas y escritores de su época4.

En 1817 se trasladó a la Isla de Wight, donde empezó a trabajar en un nuevo libro. Poco después tuvo que encargarse de cuidar a su hermano Tom, víctima de la tuberculosis, como su madre. Esta enfermedad supuso para el poeta casi una maldición bíblica, pues habría de diezmar a su familia y terminar con su propia vida. Tras finalizar su poema épico Endymion (Figura 6), inició un viaje por Escocia e Irlanda en compañía de su amigo Charles Brown, y durante este viaje él también empezó a mostrar signos de infección, por lo que tuvo que volver prematuramente. A su regreso, se encontró con que Tom había empeorado considerablemente; al fin, murió en 1818. Al pesar por la muerte de su hermano se unió el hecho de que la crítica había recibido con hostilidad su Endymion, al igual que había hecho antes con sus Poemas. Keats decidió entonces volver a trasladarse, esta vez a vivir en la casa londinense de su amigo Brown. Allí conoció a Fanny Brawne, quien había estado viviendo en la casa de Brown con su madre, y, al poco, se enamoró de ella. La publicación póstuma de la correspondencia entre ambos escandalizó a la sociedad victoriana1,3.

Entre tanto, durante la primavera y el verano de 1819 escribió sus mejores poemas: Oda a Psique, Oda a una urna griega y Oda a un ruiseñor, piezas clásicas de la literatura inglesa, que aparecieron en el tercero y mejor de sus libros, Lamia, Isabella, La víspera de Santa Inés y otros poemas (1820). El primero es un tributo a una diosa que, aparentemente, no tuvo un gran culto en la Grecia Antigua; Keats promete a Psique construirle un santuario. En el segundo, Oda a una urna griega, intenta hablar con una urna que descubre en un museo, sorprendido por el misterio suspendido en la eternidad de lo que revela; la urna le responde con las palabras siguientes “la belleza es la verdad, la verdad es belleza, esto es todo... lo que necesitas saber”. En Oda a un ruiseñor, el yo lírico se eleva entre los árboles, con las alas de la palabra poética, para reunirse con el ruiseñor que allí canta; eso le sirve para comparar la naturaleza eterna y trascendental de los ideales con la fugacidad del mundo físico: el poeta, que se siente morir, ansía esa eternidad4.

Al año siguiente, su relación con Fanny tuvo que concluir cuando su tuberculosis se agravó sensiblemente. Los médicos le aconsejaron que se alejara del frío clima londinense y marchase a la soleada Italia; marchó a Roma con su amigo el pintor Joseph Severn (1793-1879) (Figuras 7 y 8), invitado por otro amigo, Percy Bysshe Shelley. Durante un año su salud pareció mejorar, pero al cabo volvió a quebrantarse y murió a principios del año siguiente, en 18211-4.

En honor a su amigo, Shelley escribió su poema Adonaïs. El cuerpo de Keats está enterrado en el cementerio protestante de Roma. Sobre su lápida, según quería que fuera su epitafio, se lee “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua” (Figura 9). Existe un retrato de Keats pintado por William Hilton (Figura 1).

Ahora sí su relación con la medicina. En una carta dirigida a sus hermanos en diciembre de 1817 escribió: “(...) capacidad negativa, es decir, aquella por cual un hombre es capaz de existir en medio de incertidumbres, misterios, dudas, sin una búsqueda irritable del hecho y la razón”. El concepto alude a la habilidad de contemplar el mundo sin desear reconciliar los contrarios o intentar encerrarlos en un sistema racional y cerrado. Añade que es “un estado emocional caracterizado por la indecisión, la inquietud, la incertidumbre y la tensión que resulta de necesidades internas incompatibles o unidades de igual intensidad”. Para poder crear auténtica poesía, hay que poder permanecer en lo que podrían ser estados conflictivos, sin intentar reducirlos a unidades racionales. La apertura de la imaginación debe imponerse a la voluntad del yo poético de resolver las oposiciones y tensiones.

En medicina es clave ejercitar la capacidad negativa definida por Keats o porque no podríamos llamarla “capacidad positiva” ya que es una virtud o sabiduría de tolerar el no saber.

Las preguntas a responder serían: ¿Algunos médicos tienen espíritu crítico?, y ¿este espíritu crítico es enseñable? En realidad, esto sería como preguntar si la tolerancia a la incertidumbre es enseñable. La tolerancia a la duda se desarrolla dentro de la formación de la personalidad con sus características genotípicas y fenotípicas, es probable que requiera receptores y neurotransmisores, es probable que esta tolerancia esté ubicada en alguna parte del cerebro. Ante tanto desconocimiento, las soluciones son el estudio de la tolerancia por un lado y su ejercicio por el otro5.

Dice Agrest que el escepticismo es hijo del espíritu crítico, algo que comienza con una credulidad ingenua pero madura que significa que la aceptación es provisoria, que está sometida a evidencias demostrativas y que las evidencias demostrativas permiten predicciones que obedecen a principios probabilísticos5. No se trata aquí del escepticismo que cuestiona la posibilidad de llegar a la verdad sino el que enfatiza la necesidad de la cautela.

El escepticismo también nos enseña que nuestra relación con la realidad es con nuestra invención de la realidad y a veces, lamentablemente, ni siquiera con nuestra propia invención sino la de algún personaje carismático o ni siquiera carismático, pero que utiliza un medio masivo de comunicación que siempre encontrará terreno fértil para hacer crecer sus mentiras o sus conclusiones caprichosas.

La pretensión es que el escepticismo no sea una mezcla de desconfianza paranoide y credulidad infantil. Sin embargo, es posible asistir a la existencia en una misma persona de escepticismo en algunas áreas y la mezcla de desconfianza paranoide y credulidad infantil en otras. Ello explica que aun científicos brillantes puedan comportarse con una credulidad infantil en áreas ajenas a su especialidad y que intelectuales importantes mantengan creencias creacionistas, y que ambos puedan caer en el fanatismo o que casi todos se entreguen a leer el horóscopo.

En realidad, esta observación es más optimista que la de Einstein quien afirmaba que la estupidez humana, a diferencia del universo que es infinito y limitado, es infinita e ilimitada. El escepticismo constituye el muro ante el cual algunos logran limitar la inherente estupidez de la condición humana. Muro inútil cuando la mentira viene oculta en los caballos de Troya informáticos o en el simple rumor.

Es claro que a la ciencia le interesa fundamentalmente la exactitud, esto es la verdad que es pasible de medición y el grado de probabilidad previsible o predictibilidad de la ocurrencia de cualquier fenómeno. Es claro también que al individuo y a la sociedad les debería interesar sobre todo lo importante. Es muy importante que las conclusiones de la medicina científica estén respaldadas por evidencias demostrativas, pero eso no garantiza que esas conclusiones sean importantes.

La ciencia se ocupa de la demostración de la verdad a sabiendas de que su validez, el alcance de esa verdad, es aproximativa e incompleta y que finalmente esa verdad se convertirá en un error relativo. Es que la ciencia se eleva hacia verdades más abarcativas sobre los hombros de los errores relativos.

La medicina, que es ciencia y arte aplicada a individuos, ha puesto cada vez más énfasis en la exactitud, y de ahí la corriente de medicina basada en la evidencia. El olvidarse de lo importante le ha valido, por momentos, a esa medicina, el mote de cientificista. El problema es que la evidencia puede ser de trivialidades, de objetivos irrelevantes o de costos totalmente desproporcionados respecto de los beneficios. Exigencias del escepticismo médico debieran ser que los resultados de las investigaciones se expresaran en términos más comprensibles, valores absolutos y no porcentajes relativos, beneficios absolutos y no relativos, analizar qué protege a los pacientes con riesgos que no se efectivizan; quizás buscar factores protectores en esa población sea más difícil pero cambiaría nuestro enorme esfuerzo para tener resultados estadísticamente significativos y clínicamente despreciables.

Como corolario, el escepticismo no es nuevo, es sano y lo más importante es ejercitarlo y tolerar el no saber. Dejo a continuación una serie de máximas sobre él: “El escepticismo pudiera estar o no estar de moda. Yo no os aconsejo que figuréis en el coro de sus adeptos ni en el de sus detractores. Yo os aconsejo, más bien, una posición escéptica frente al escepticismo” (Antonio Machado, Juan de Mairena, 1936); “Popper dio a su filosofía el nombre de racionalismo crítico. La falta de escepticismo nos deja en manos de los vendedores de aceite de serpiente científico, mientras que su exceso nos puede llevar al solipsismo” (John Horgan, La mente por descubrir, 1999); “El escepticismo saludable, te ayuda a contrarrestar las afirmaciones infundadas y exageradas, y a evitar temores innecesarios y falsas esperanzas” (Woloshin, L Schwartz, G Welch, Know your chances, 2008); “El viejo escepticismo sostuvo que ‘no conocemos mientras no sepamos que conocemos’. El nuevo escepticismo moderno matiza que ‘no conocemos mientras no sepamos qué conocemos’. El escepticismo contemporáneo afina: ‘no conocemos mientras no sepamos cómo conocemos” (Fernando Broncano, El laberinto de la identidad: El sueño de Helbing).

  1. John Keats. Disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/John_Keats. [consultado 17 de septiembre 2016].

  2. Civitarese G. Bion and the sublime: the origins of an aesthetic paradigm. Int J Psychoanal 2014;95:1059-86.

  3. Priel B. Negative capability and truth in Borges’s ‘Emma Zunz’. Int J Psychoanal 2004;85:935-49.

  4. Cortázar J. Imagen de John Keats. 5ª Ed. Buenos Aires: Editorial Alfaguara; 1996, p 11-616.

  5. Agrest A. Reflexiones sobre el espíritu crítico en medicina. Arch Argent Pediatr 2008;106:193-5.

Autores

Pablo Young
Servicio de Clínica Médica, Hospital Británico de Buenos Aires, Argentina..

Autor correspondencia

Pablo Young
Servicio de Clínica Médica, Hospital Británico de Buenos Aires, Argentina..

Correo electrónico: pabloyoung2003@yahoo.com.ar

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Titulo
Capacidad negativa de Keats en la medicina

Autores
Pablo Young

Publicación
Revista Fronteras en Medicina

Editor
Hospital Británico de Buenos Aires

Fecha de publicación
2017-06-30

Registro de propiedad intelectual
© Hospital Británico de Buenos Aires

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